Presentación



Comencé a escribir en la década del ochenta, en el siglo pasado (dicho de esta forma repercute como un hecho ancestral); si bien manejo las nuevas tecnologías muy bien, siempre tuve la idea de que lo escrito debía publicarse en papel. Pero, todos los que han intentado lo saben, publicar no es fácil y mucho menos si uno vive alejado de los centros literarios. A pesar de haber participado en algunas antologías y revistas y haber ganado algún que otro concurso no creo que nada se compare al sentimiento de ser el protagonista de la tapa de un libro.

Pero más allá de delirios personales, de la lujuria de la fama y el egocentrismo tira bombas que cacarea la propia supremacía de su pensamiento, la pregunta motora de la escritura está ahí: ¿par qué se escribe? (por favor no piensen en la respuesta top de los escritores “para exorcizar fantasmas”).

Para responder la pregunta expuesta tomo como supuesto la idea de que uno escribe para otro (aunque a uno le apene lo que ha escrito, como a mí) y si es así lo que uno está tratando de hacer es de presentarse, de decir ¡“mírenme”!. Y puedo aceptar que ese “míerenme” puede estar dicho con la mayor humildad o la más pesada petulancia pero siempre se trata de decir” acá estoy”.

Tras los pasos de este razonamiento, un tanto errático, es que decidí salir a mostrar lo que he escrito durante tanto tiempo y decir mírenme acá estoy.

En cuanto al por qué escribo, es decir, esencialmente qué me ha llevado a elegir esta forma de presentación mi teoría es simple: escribir es una bella forma de pasar el tiempo.

Este es el pensamiento a seguir tras la creación de este blog el cual se ira desenvolviendo a medida que el tiempo transcurra.







LA CARA CONTRA EL PISO


Vi al chico de diecisiete años en el piso, unos minutos antes me había arrebatado el celular, al escapar un vecino lo había reducido tirándolo al piso y apoyándole la rodilla en la nuca. El pibe me decía que no había hecho nada, que lo dejaran ir.

Vi a mi vecino, un hombre retirado del ejército, insultarlo de arriba abajo: “cállate maricón”,” no que sos tan machito para robar”, “ahora te pones a llorar como una nena”, y a la vez intercalar alguna frase dirigida al público que ya se estaba reuniendo: “la juventud de ahora no sirve, está rota”

Vi a la gente reunirse y también insultar al ladrón, cierto brillo en sus ojos delataba satisfacción de ver al pibe tirado en la calle la cara contra el piso.

Vi al chico nuevamente, lo conozco, es de la zona. El pibe ha vivido toda su vida en la calle, en su casa están su madre y sus cuatro hermanos. Dejó la escuela hace rato y se pegó al grupo de los vagos del barrio: esos que miran pasar todo, viven de changas o subsidios y, por qué no, uno que otro arrebato. A mí nunca me falto el respeto, más de una vez lo contraté para que me hiciera trabajos de limpieza en el fondo o en la vereda.

Por un instante se me ocurrió poner la cara contra el piso y ser el pibe chorro. Escuchar como todos me insultan: el gallego de la verdulería el mismo que me pagó un trabajo con verdura podrida, la vieja de la otra cuadra que explotó a más no poder la necesidad de trabajar de mi vieja, la maestra de en frente que vive de parte de enferma y está más sana que cualquiera, el milico que se cree la gran persona y la tiene encerrada a su mujer. Me doy cuenta que no puedo ponerme en su piel por qué esos reproches son más míos que de él; aunque el pibe los debe intuir, debe ver todas esas pequeñas y cotidianas perversidades, como sombras detrás de bambalinas.

Llega la policía, el agente me explica que tengo que hacer la denuncia, lo meten al móvil, el chico está resignado. Es menor de edad, se lo restituirán a la madre, yo iré a la comisaria, pero no haré la denuncia, recuperaré el teléfono y me iré a casa. Todo el barrio protestará por que entran por un lado y salen por otro y seguiremos alentando nuestras pequeñas miserias cotidianas. Lo cierto es que el ejercicio de ser el pibe chorro me dejó aún la sensación de tener la cara contra el piso.